miércoles, 13 de mayo de 2009

Ese maldito yo, Frente a los instantes II




Ese maldito Yo




Parte 4: Frente a los instantes (II)





¡Si describir una desgracia fuera tan fácil como vivirla!


Lección cotidiana de comedimiento: pensar, aunque no sea más que un instante, que un día se hablará de nuestros restos.


La juventud, por todas partes y siempre, ha idealizado a los verdugos, a condición de que hayan estragos en nombre de lo vago y lo rimbombante.


La vida y la muerte tienen tan poco contenido la una como la otra. Por desgracia lo sabemos siempre demasiado tarde, cuando ello no puede ayudarnos ya ni a vivir ni a morir.


Estáis tranquilos, olvidáis a vuestro enemigo, que vigila y espera. Se trata sin embargo de estar preparado cuando arremeta. Vosotros venceréis, pues a él le habrá debilitado ese enorme desgaste de energía que es el odio.


Fatiga independiente del deterioro de los órganos, fatiga intemporal, para la que no existe paliativo alguno y con la cual ningún reposo, ni si quiera el último, podría acabar.


Todo es saludable, salvo interrogarse constantemente sobre el sentido de nuestros actos, todo es preferible a la única cuestión que importa.


Habiéndome ocupado hace años de Joseph de Maistre, en lugar de explicar el personaje acumulando en detalles, debería haber recordado que sólo podía dormir tres horas al día como máximo. Ello basta para hacer comprender las exageraciones de un pensador, o de cualquiera. Sin embargo, olvidé señalar este hecho. Omisión tanto más imperdonable cuanto que los seres humanos se dividen en dos categorías, los que duermen, y los que velan, dos especimenes de seres, diferentes para siempre, que sólo tienen en común el aspecto físico.


Hay que tener profundas disposiciones religiosas para poder proferir con convicción la palabra ser, hay que creer para decir simplemente de un objeto o de alguien que es.

La causa del mínimo pensamiento es un ligero desequilibrio. ¿Qué decir entonces de aquél de quien procede el pensamiento mismo?


Por mucho que hayáis desertado de una creencia religiosa o política, conservaréis la tenacidad y la intolerancia que os habían incitado a adoptarla. Seguiréis siendo furibundos, pero vuestro furor se dirigirá contra la creencia abandonada; el fanatismo, inseparable de vuestra esencia, persistirá en ella independientemente de las convicciones que podáis defender o rechazar. El fondo, vuestro fondo, continuará siendo el mismo, y no será cambiando de opiniones como lograréis modificarlo.


(…)
En la impasibilidad de pronunciarse, lo mejor sigue siendo esperar.


Ningún instante en el que no me asombre de encontrarme precisamente en él.


Entre las decenas de sueños que hacemos, uno sólo es significativo, y aún así… El resto –residuos, literatura simplista o vomitiva, imaginería de genio enclenque.
Los sueños que se alargan prueban la indigencia del «soñador», que no ve cómo concluir, que se afana en encontrarles un desenlace sin lograrlo, igual que cuando en el teatro el autor multiplica las peripecias por no saber cómo ni dónde detenerse.


Mis molestias o, mejor, mis males, hacen una política que no entiendo. Unas veces se conciertan y avanzan juntos, otras cada uno va por su lado, con frecuencia se combaten; pero tanto si se entienden como si disputan, se comportan como si sus maniobras no me concernieran, como si yo no fuera más que su espectador estupefacto.


Sólo nos importa lo que no hemos realizado, lo que no podíamos realizar, de manera que de una vida no retenemos más que lo que ella no ha sido.





Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Vhm Alex

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Ese maldito yo, Frente a los instantes I




Ese maldito Yo




Parte 4: Frente a los instantes (I)


Es el sufrimiento y no el genio, únicamente el sufrimiento, lo que nos permite dejar de ser marionetas.


En cuanto sospechéis de alguien que posee el menor gusto por el Porvenir, sabed que conoce la dirección de más de un psiquiatra.


«Sus verdades son irrespirables.» -«Lo son para usted», le repliqué inmediatamente a aquel inocente.
Sin embargo, hubiera podido añadir: «Para mí también», en lugar de hacer el baladrón…


La ansiedad, lejos de proceder de un desequilibrio nervioso, se apoya en la constitución misma de este mundo, y no vemos por qué no estaríamos ansiosos en cada instante, dado que el tiempo mismo no es más que ansiedad en plena expansión, una ansiedad de la que no distinguimos el comienzo ni el final, una ansiedad eternamente conquistadora.


Llorar de admiración, -única excusa de este universo, puesto que necesita una.


¡Qué idea la mía de jugar con un fenómeno que no sucede más que una vez! Imposible experimentar lo único.


Cuanto más se ha sufrido, menos se reivindica. Protestar es una prueba de que no se ha atravesado ningún infierno.


La música es una ilusión que compensa de todas las demás.


Nadie, en un estado de neutralidad, puede percibir la pulsación del Tiempo. (…)


El sueño, mucho más que el tiempo, es el antídoto ideal contra las congojas. El insomnio, por el contrario, amplificando la mínima contrariedad y convirtiéndola en tragedia, vela sobre nuestras heridas, impidiendo que se marchiten.


La primera cosa que me contó un amigo al que había perdido de vista hacía lustros: habiendo coleccionado venenos desde hacía muchos años no había logrado matarse por no saber cuál de ellos preferir…


No se minan las razones de vivir sin a la vez minar las de escribir.


Quisiera olvidarlo todo y despertarme frente a la luz anterior a los instantes.


¿Cuántas decepciones conducen a la amargura? –Una o mil, depende del individuo.


Concebir el acto de pensar como un baño de veneno, como un pasatiempo de víbora elegíaca.


Dios es el ser condicionado por excelencia, el esclavo de los esclavos, prisionero de sus atributos, de lo que es. El hombre, por el contrario, dispone de cierta independencia, en la mediad en que no es, en que, no poseyendo más que una existencia prestada, se agita en su pseudorrealidad.


Para afirmarse, la vida ha demostrado un raro ingenio; para negarse, igualmente. ¡La cantidad de medios que ha podido inventar para deshacerse de sí misma! La muerte es con mucho su mayor hallazgo, su logro prodigioso.


Si en aquel momento me hubieran prevenido de que mis instantes, como todo lo demás, iban a desertarme, no hubiera experimentado temor, ni pena, ni alegría. Ausencia absoluta. Todo rasgo personal había desaparecido de lo que yo creía sentir aún, pero, a decir verdad, no sentía ya nada, sobrevivía a mis sensaciones, y sin embargo no era un muerto vivo, -estaba bien vivo, pero como lo estamos raramente, como lo estamos una sola vez.


El hombre se halla en algún lugar entre el ser y el no-ser, entre dos ficciones.


No pedir jamás al lenguaje que realice un esfuerzo desproporcionado a su capacidad natural, no forzarlo, en cualquier caso, a dar lo máximo que posee. Evitemos exigir demasiado a las palabras, por miedo de que, extraviadas, no puedan ya cargar con el peso de un sentido.


Ningún pensamiento más corrosivo ni más tranquilizador que el pensamiento de la muerte. (…) Qué suerte encontrar dentro de un mismo instante un veneno y un remedio, una revelación que nos mata y que nos hace vivir, un tóxico fortificante.


Para alcanzar la liberación, debemos creer que todo es real, o que nada lo es. El problema es que no distinguimos más que grados de realidad, las cosas nos parecen más o menos verdaderas, más o menos existentes. De ahí nuestra perplejidad.


Todos atravesamos nuestra crisis prometeica, y todo lo que hacemos luego consiste en vanagloriarnos o arrepentirnos de ella.


Esos instantes en los que basta un recuerdo o menos aún para deslizarse fuera del mundo.


Sobre su fisonomía, ningún rastro ya de ironía. Tenía un apego casi sórdido a la vida. Quienes no se han dignado aferrarse a ella tienen una sonrisa burlona, signo de liberación y de triunfo. No van a la Nada, la han abandonado.


Todo sucede demasiado tarde, todo es demasiado tarde.


Por mucho que hayáis soportado vigilias que un mártir os envidiaría, si ellas no han marcado vuestros rasgos, nadie os creerá. Por carecer de testigos se os continuará considerando como un bromista, y haciendo la comedia mejor que nadie, seréis el primer cómplice de los incrédulos.


En aquel funeral no se hablaba más que de sombra y de sueño y de polvo que vuelve al polvo. Luego, sin transición, se prometió al muerto alegría eterna, etc., etc. Tanta inconsecuencia me exasperó y me hizo abandonar tanto al pope como al difunto.
Ya en la calle, no pude dejar de pensar que no era yo el más indicado para protestar contra quienes se contradicen tan ostensiblemente.





Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Mehmeturgut

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sábado, 9 de mayo de 2009

Desgarradura, Esbozos de vértigo II (1)





Desgarradura

Esbozos de vértigo, parte 2
(Estos son los primeros aforismos que he recopilado de la parte 2 que más me gustan, aún me faltan por pasar unos cuantos)



Un hombre que se respeta a sí mismo no tiene patria.
La patria es una cosa pegajosa.


Una librería de medicina. En escaparate, en primerísimo plano, un esqueleto. Escupí de puro asco. Después me dije que habría tenido que dar muestras de una mínima gratitud, dadas las veces que he celebrado esos huesos sarcásticos, cuya idea, si no su imagen, me ha sostenido tan caritativamente y en tantas circunstancias.


En cuanto salgo a la calle, al ver a la gente, exterminación es la primera palabra que me viene a la mente.


En el entierro de C. me decía a mí mismo: «Por fin alguien que no ha tenido un solo enemigo». No es que C. fuese mediocre, pero ignoraba hasta un punto inusitado la ebriedad de herir.


X. ya no sabe qué hacer consigo mismo. Los acontecimientos le perturban sobremanera. Su pánico es saludable para mí: me obliga a calmarlo, y ese esfuerzo de persuasión, esa búsqueda de argumentos tranquilizadores, también me tranquiliza a mí. Para no ser presa del desasosiego, hay que frecuentar a alguien que esté más falto de sosiego que uno.


Ese hombrecito ciego, que sólo tiene unos días de vida, que mueve la cabeza en todos los sentidos buscando no se sabe qué, esa nuca desnuda, esa calvicie original, ese mono ínfimo que se ha pasado meses en una letrina y que pronto, olvidando sus orígenes, escupirá sobre las galaxias…


Si hubiese una manera corriente, incluso oficial, de matarse, el suicidio sería mucho más cómodo y mucho más frecuente. Pero como para terminar consigo mismo cada cual tiene que buscar su propia manera, pierde uno tanto tiempo meditando sobre bagaletas que olvida lo esencial.


Durante unos minutos me concentré en el paso del tiempo, poniendo toda mi atención en la emergencia y en el desvanecimiento de cada instante. A decir verdad, mi mente no se fijaba en el instante individual (que no existe), sino en el propio hecho del paso, en la interminable descomposición del presente. Si provocáramos esta experiencia ininterrumpidamente durante todo un día, el cerebro, a su vez, también se descompondría.


Ser es estar atrapado.


Lo que más me ha extrañado en la mayoría de los filósofos a los que me he podido acercar es la falta de capacidad de enjuiciamiento. Siempre al margen. Una marcada inaptitud para la justicia… El pliegue de la abstracción vacía el espíritu.


Las naturalezas capaces de ser objetivas en toda circunstancia dan la impresión de estar fuera de la normalidad. ¿Qué se ha roto o pervertido en ellas? Imposible saberlo, pero son sospechosas de algún desorden serio, de alguna anomalía. La imparcialidad es incompatible con la voluntad de afirmarse o, sencillamente, de existir. Reconocer los méritos del otro es un síntoma alarmante, un acto contra natura.


Trato de combatir el interés que siento por ella, me imagino sus ojos, sus mejillas, su nariz, sus labios, en plena putrefacción. No hay nada que hacer: exhala algo indefinible que persiste. En momentos como éste entendemos por qué la vida ha logrado mantenerse, a pesar del Conocimiento.


Solo una flor caída es una flor total, dijo un japonés. Cabría decir lo mismo de una civilización.


Mi misión consiste en matar al tiempo y la de éste matarme a mí. Entre asesinos nos llevamos de perlas.


Hace ya mucho tiempo que he agotado toda mi disposición religiosa. ¿Desecamiento o purificación? No sabría decir. Por mi sangre ya no ronda ningún dios…


Cada vez distingo peor lo que está bien y lo que está mal. Cuando ya no haga ninguna distinción entre lo uno y lo otro, suponiendo que lo logre algún día, ¡qué gran paso adelante! Pero ¿hacia qué?


¿Cómo saber si está uno en lo cierto? El criterio es sencillo: si los demás le hacen el vacío, no hay duda de que está usted más cerca de lo esencial que ellos.






Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Igorska

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lunes, 30 de marzo de 2009

Ese maldito Yo, Magia de la Decepción




Ese maldito Yo




Parte 3: Magia de la decepción




La profundidad de una pasión se mide por los sentimientos bajos que encierra y que garantizan su intensidad y su duración.


La música sólo existe mientras dura la audición, como Dios mientras dura el éxtasis.
El arte supremo y el ser supremo poseen en común el hecho de depender totalmente de nosotros.


Romper con los dioses, con los antepasados, con la lengua y con el país propios, romper sin más, es ciertamente una experiencia terrible, pero también exaltadora, una experiencia que buscan ávidamente los desertores y más aún los traidores.


Podemos obtener más o menos todo, salvo lo que en secreto deseamos. Es sin duda justo que lo que más nos interesa resulte inalcanzable, que lo esencial de nosotros mismos y de nuestro camino permanezca oculto e irrealizado. La Providencia ha hecho bien las cosas: que cada cual saque provecho y se enorgullezca del prestigio derivado de las derrotas íntimas.


(…)
¿Su caída? La locura del cambio, fruto de la curiosidad, fuente de todas las desgracias. –De esa manera, lo que para nuestro primer antepasado no fue más que un capricho, iba a ser para todos nosotros ley.


Salir indemne de la vida –eso es algo que podría suceder, pero que sin duda no sucede jamás.


Los desastres demasiado recientes poseen el inconveniente de impedirnos discernir sus lados positivos.


Fueron Schopenhauer y Nietzsche quienes mejor hablaron en el siglo pasado del amor y de la música. Sin embargo, los dos no frecuentaron más que los burdeles y en cuestión de músicos, el primero adoraba a Rossini y el segundo a Bizet.


La conciencia: suma de nuestros malestares desde el nacimiento hasta nuestro estado actual. Los malestares se desvanecieron; la conciencia permanece –pero ha perdido sus orígenes… e incluso los ignora.


Confiaba en poder asistir en vida a la desaparición de nuestra especie. Pero los dioses no me han sido favorables.


Nadie tanto como él tenía el sentido de la irrealidad de todo. Cada vez que le hablaba de ello me citaba, con una sonrisa cómplice, la palabra sánscrita lila, que significa gratuidad absoluta según el Vedanta, creación del mundo por diversión divina. ¡Cuánto reímos juntos de todo! Y ahora él, el más jovial de los desengañados, se encuentra bajo tierra por culpa suya, por haberse dignado tomar por una vez la nada en serio.




Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Leventep

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domingo, 29 de marzo de 2009

Ese maldito yo, Magia de la decepción






Ese maldito Yo




Parte 3: Magia de la decepción






(…)
El exceso de deliberación perjudica a todos los actos. Disertar demasiado sobre la sexualidad equivale a sabotearla. El erotismo, plaga de las sociedades crepusculares, es un atentado contra el instinto, es la impotencia organizada. No se reflexionan sobre las proezas que no necesitan la mínima reflexión. El orgasmo jamás ha sido un acontecimiento filosófico.


Mi dependencia del clima me impedirá siempre admitir la autonomía de la voluntad. La meteorología decreta el color de mis pensamientos. No se puede ser más rastreramente determinista que yo, pero ¿cómo evitarlo? En cuanto olvido que poseo un cuerpo, creo en la libertad. Pero tan pronto como me llaman al orden y me impone sus miserias y sus caprichos, dejo inmediatamente de creer en ella. Montesquieu tenía razón: «La dicha o la desgracia dependen de la disposición de los órganos».


Conocer, ordinariamente, es estar de vuelta de algo; conocer, absolutamente, es estar de vuelta de todo. La iluminación representa un paso más: consiste en la certeza de que en adelante no se volverá a ser víctima del engaño, es una última mirada sobre la ilusión.


Intento en vano imaginar el cosmos sin… mi. Afortunadamente, la muerte se apresurará a remediar la insuficiencia de mi imaginación.


Aquel poeta se especializó en lo fulgurante.


Prefiero ofrecer mi vida en sacrificio que serle necesario a alguien.


Según la mitología védica, todo aquel que se eleva a través del conocimiento destruye el bienestar del cielo. Los dioses, constantemente al acecho, viven aterrorizados ante la posibilidad de ser superados.


Una vez repuestos de una «pasión», volver a entusiasmarse por un ser parece tan inconcebible que resulta imposible imaginar a alguien, ni siquiera a un insecto, que no esté abismado en la decepción.



Mi misión es ver las cosas tal como son.
Todo lo contrario de una misión…


Yo no hubiera podido adaptarme a ningún destino. Estaba hecho para existir antes de mi nacimiento y después de mi muerte, pero no durante mi existencia.


Imposible hallar lo verdadero por ningún lado; por todas partes simulacros, de los que no debería esperarse nada. ¿Por qué añadir entonces a una decepción inicial todas las que se producen y la confirman con una regularidad diabólica día tras días?


El paso puro del tiempo, el tiempo desnudo, reducido a una esencia de transcurso, sin la discontinuidad de los instantes, sólo se percibe en las noches que pasamos en blanco. Todo desaparece en ellas. El silencio se insinúa por todas partes. Se escucha, pero no se oye nada.
(…)


Tuvo la indecencia de morirse.
Hay de hecho algo de inconveniente en la muerte. Pero ese aspecto, por supuesto, es el último que nos viene a la mente.


Si prefiero a las mujeres a los hombres es porque ellas tienen la ventaja de ser más desequilibradas, es decir, más complicadas, más perspicaces y más cínicas, por no hablar de esa misteriosa superioridad que confiere una esclavitud milenaria.



(…)
En todo, para lograr la impresión de lo verdadero, se necesita lo mezquino. Si los ángeles se pusieran a escribir, serían, a excepción de los caídos, ilegibles. La pureza es difícilmente comunicable, por incompatible con el aliento.


Según la tradición judía, la Torah –obra de Dios- precede al mundo en dos mil años. Jamás pueblo alguno se ha estimado tanto a sí mismo. ¡Atribuir a su libro sagrado tal antigüedad, creer que data de antes del Fiat Lux!
Es así como se crea un gran destino.


Abro una antalogía de textos religiosos y caigo de entrada sobre esta frase de Buda: «Ningún objeto merece ser deseado». –Cierro inmediatamente el libro, pues tras eso, ¿qué leer?


La dicha de haber tratado a un verdadero gascón. Jamás vi abatido a uno que conocí bien. Todas sus desgracias, que fueron considerables, me las anunciaba como si fueran triunfos. La diferencia entre él y Don Quijote era ínfima. De vez en cuanto intentaba, sin embargo, ver exactamente, pero sus esfuerzos resultaban siempre vanos. Fue hasta el final un optimista, un aspirante a la decepción.


Si me hubiera dejado llevar por mis impulsos, habría acabado loco o ahorcado.


Me resulta imposible saber si me tomo en serio o no. El drama del desapego es que no se pueden medir los progresos que se hacen. Se avanza en un desierto y no se sabe nunca dónde se está.


Muy injustamente, se otorga al tedio un estatuto menor que a la angustia. En realidad es más virulento que ella, pero le repelen las demostraciones que tanto le gustan a aquélla. Más modesto y sin embargo más devastador, puede surgir en cualquier momento, mientras que la angustia, distante, se reserva para las grandes ocasiones.


Viene como turista y le encuentro siempre por casualidad. Esta vez, particularmente expansivo, me cuenta que se encuentra maravillosamente bien, que experimenta una sensación de bienestar de la que es continuamente consciente. La replico que su salud me parece sospechosa, que no es normal darse cuenta constantemente de que se la posee, que la verdadera salud no se siente nunca. Desconfíe de su bienestar, le dije al separarnos.
Inútil añadir que no he vuelto a verle.


Si un gobierno decretara en pleno verano que las vacaciones son prolongadas indefinidamente y que, so pena de muerte, nadie debe abandonar el paraíso en el que se encuentra, se producirían suicidios en masa y masacres sin precedentes.




Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Sauco M

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domingo, 22 de marzo de 2009

Ese maldito Yo, Magia de la decepción




Ese maldito Yo




Parte 3: Magia de la decepción





Devastado por el tedio, ese ciclón al ralentí


Existe, es evidente, una melancolía sobre la que a veces actúan los fármacos; existe otra, subyacente a nuestras explosiones de alegría, que nos acompaña constantemente, sin dejarnos solos ni un instante. De esa maléfica presencia nada nos permite librarnos: ella es nuestro «yo» frente a sí mismo para siempre.


A un poeta extranjero, que tras haber dudado entre varias capitales, acaba de desembarcar aquí, le digo que ha tenido una magnífica idea, que en esta ciudad particularmente «brillante» existe, entre otras, la ventaja de morirse de hambre sin molestar a nadie. Para animarle aún más, preciso que el fracaso es en ella tan natural que equivale a un oficio. Detalle éste que le satisface plenamente, a juzgar por el resplandor que percibo en sus ojos.


Sólo un gran poeta podía permitirse el lujo de decir semejante majadería.


(…) Sólo lo que invita al desfallecimiento merece la pena ser escuchado. (Sobre Brahms)


Paseo por el cementerio de Montparnasse.
Todos, jóvenes o viejos, hacían proyectos. Ahora han dejado de hacerlos.
Imbuido por su ejemplo, juro de vuelta a casa que tampoco yo volveré a hacerlos nunca más.
Paseo indudablemente benéfico.


Pienso en C., para quien beber café era la única razón de existir. Un día que le hablaba de los méritos del budismo, me respondido: «El Nirvana, de acuerdo, pero con café».
Todos tenemos alguna manía que nos impide aceptar incondicionalmente la dicha suprema.


Desembarazarse de la vida es privarse de la satisfacción de reírse de ella.
Única respuesta posible a quienes nos anuncian su intención de suprimirse.


Si la amistad es interesante es porque resulta, casi tanto como el amor, una fuente inagotable de desengaños y de rabias, y por ello de sorpresas fecundas de las que no sería razonable desear abstenerse.


Me tiene una mano ausente. Le hago gran cantidad de preguntas, pero sus respuestas extremadamente lacónicas acaban desanimándome. No dice ninguna de esas expresiones inútiles tan necesarias para el diálogo, pues se trata efectivamente de un diálogo. La palabra es un signo de vida, de ahí que el loco charlatán se encuentre más cerca de nosotros que el medio loco bloqueado.


Imposible defendernos de un adulador. No podemos darle la razón sin hacer el ridículo; tampoco increparle y enviarle a paseo. No tenemos más remedio que comportarnos con él como si dijera la verdad, dejarnos incensar a falta de saber cómo reaccionar. Él cree que consigue engañarnos, que nos domina, y saborea su triunfo sin que podamos desengañarle. Con frecuencia se trata de un futuro enemigo que se vengará un día de haberse rebajado ante nosotros, un agresor disfrazado que planea sus golpes mientras pronuncia sus hipérboles.


El método más eficaz de hacerse amigos fieles es felicitarles por sus fracasos.


Imposible dialogar con el dolor físico.


Cuando me enteré de que se iba a casar, creí oportuno disimilar mi asombro con un tópico: «Todo es compatible con todo». – Y él: «Es cierto, puesto que el hombre es compatible con la mujer».


Una llama atraviesa la sangre. Pasar al otro lado, esquivando la muerte.


Cada vez que veo a un mendigo borracho, sucio, alucinado, apestoso, tumbado con su botella en la acera, pienso en el hombre del mañana ensayando su final y lográndolo perfectamente.

A pesar de encontrarse gravemente desequilibrado, no dice más que trivialidades sin parar. De vez en cuando, sin embargo, hace una observación que raya en el cretinismo y la genialidad. Para algo tenía que servir la disgregación del cerebro.

Su indolencia me deja perplejo y admirado a la vez. No se apresura por nada, no persigue ningún fin preciso, ningún tema le apasiona. Parece como si al nacer hubiera tomado un calmante que continúa haciéndole efecto, permitiéndole conservar su sonrisa indestructible.


¡Ay de quien, habiendo agotado sus reservas de desprecio, no sepa ya qué sentimiento experimentar respecto a los demás y respecto a sí mismo!



Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Vhm Alex

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miércoles, 25 de febrero de 2009

Ese maldito Yo, Taras






Ese maldito Yo




Parte 2: Taras


Vive sus últimos días desde hace meses, o desde hace años, y habla de su final en pasado. Una existencia póstuma. Como me extraño de que logre mantenerse en vida sin comer apenas, me dice: «Mi cuerpo y mi alma han tardado tantos años en soldarse que ya no logran separarse».
Si no tiene voz de moribundo es porque hace tiempo ya que no está vivo. «Soy una vela apagada», son sus palabras más justas sobre su última metamorfosis. Y cuando evoco la posibilidad de un milagro, me responde: «Me harían falta varios».


Sobrevivir a un libro destructor es tan penoso para el lector como para el autor.


Es preciso encontrarse en estado de receptividad, es decir, de debilidad física, para que las palabras nos lleguen, penetren en nosotros y comiencen en nuestro interior una especie de carrera.


Deicida es el insulto más halagador que se le puede dirigir a un individuo o a un pueblo.


Aquella mujer tenía un perfil de Cleopatra. Siete años después hubiera podido pedir limosna en una esquina. –Experiencia que debiera curarnos en el acto y para siempre de toda idolatría, de todo deseo de buscar lo insondable en unos ojos, en una sonrisa o en una voz.


Todo lo que no es desgarrador es superfluo –en música por lo menos.


Cuanto más se detesta a los hombres, más maduro se está para Dios, para un diálogo con nadie.


Igual que la aparición del Crucificado dividió la historia en dos, esta noche acaba de dividir en dos mi vida…


Todo parece miserable e inútil en cuanto la música enmudece. Se comprende así que pueda ser odiada y se sientan tentaciones de considerar su absoluto como un fraude. Por que cuando se la ama demasiado hay que reaccionar contra ella como sea. Nadie percibió su peligro mejor que Tolstoi, pues sabía que podía dominarlo completamente. De ahí que comenzara a excretarla por miedo de convertirse en un juguete suyo.


¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?


La naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie.


X., que ha fracasado en todo, se lamenta de no haber tenido un destino. –Todo lo contrario, le digo. La serie de tus fracasos es tan notable que parece revelar un designio providencial.


La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. ¡Qué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar al juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.


Cuando supe que él era totalmente impermeable a Dostoievsky y a la Música, me negué, a pesar de sus grandes méritos, a conocerlo. Prefiero conversar con un retrasado mental sensible a cualquiera de los dos.


El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.



Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Kubicki

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lunes, 23 de febrero de 2009

Ese maldito Yo, Taras




Ese maldito Yo




Parte 2: Taras





Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.


No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan tan meticulosamente como el Tiempo.


La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan.


Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.


«Habiendo renunciado a la santidad…» -¡Pensar que he sido capaz de escribir semejante enormidad! Debo sin embargo tener alguna excusa y espero hallarla aún.


Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira. Ella es justamente ambos, pero mejorados.


Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.


Nunca se dice de un perro o una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo!


A medida que perdemos la memoria los elogios que se nos han prodigado se borran, contrariamente a los reproches. Y ello es justo: los primeros raramente se merecen, mientras que los segundos nos revelan aspectos de nosotros mismos que ignorábamos.


Si yo hubiera nacido budista, lo sería aún; pero nací cristiano y dejé de serlo en la adolescencia, en una época en que mucho más que hoy hubiera podido exagerar, de haberla conocido, la blasfemia que Goethe escribió el mismo año de su muerte en una carta a Zelter: «La cruz es la imagen más odiosa que existe bajo el cielo».


Lo esencial surge con frecuencia al final de las conversaciones. Las grandes verdades se dicen en los vestíbulos.


Lo caduco (…) son sus futilidades cargadas de un vértigo prolijo, el regusto a estilo simbolista, la acumulación de efectos, la saturación poética (…).


He conocido a escritores obtusos e incluso tontos. Por el contrario, los traductores con los que he tratado eran más inteligentes e interesantes que los autores a quienes traducían. Es lógico: se necesita más reflexión para traducir que para «crear».


Quien esté considerado por sus amigos como alguien «extraordinario», no debe dar pruebas de lo contrario. Que evite dejar trazas y sobre todo que no escriba, si desea ser algún día para todos lo que fue para algunos solamente.


Incorrecto hasta lo intolerable, mezquino, desastrado, insolente, sutil, intrigante y calumniador, captaba los menores matices de todo, gritaba feliz ante una exageración o una broma. Todo en él era atrayente y repulsivo. Un canalla al que se echa de menos.


Nuestra misión es realizar la mentira que encarnamos, lograr no ser más que una ilusión agotada.


La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza.


Quienes desean hacernos confidencias escandalosas cuentan cínicamente con nuestra curiosidad para satisfacer su necesidad de exhibir secretos. Saben además que los envidiaremos demasiado para revelarlos.


Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres. Una pasión es perecedera, se degrada como todo aquello que participa de la vida; mientras que la música pertenece a un orden superior a la vida y, por supuesto, a la muerte.





Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Hussar

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Ese maldito Yo, Al margen de la existencia







Ese maldito Yo




Parte 1: Al margen de la existencia


Nuestros arrebatos de generosidad implican un peligro: nos hacen perder la cabeza. A no ser que se sea generoso por haber justamente perdido la cabeza, siendo como es la generosidad una forma patente de embriaguez.


Sigo aún extrañándome de ver hasta qué punto los sentimientos viles son sentimientos vivos, normales, inatacables. Cuando los experimentamos nos sentimos revigorizados, reintegrados en la comunidad, al mismo nivel que nuestros semejantes.


La crítica es un contrasentido: no hay que leer para comprender a los demás, sino para comprenderse a sí mismo.


Quien se ve tal como es se eleva por encima de quien resucita a los muertos. Estas palabras han sido pronunciadas por un santo.(…)


Estar al corriente de todo es la prueba de que se posee un espíritu fluctuante que no busca nada personal, un espíritu impropio para la obsesión, ese impasse sin fin.


Un eminente eclesiástico se burlaba del pecado original. «Ese pecado es su medio de sustento», le dije, «sin él moriría usted de hambre, pues su ministerio no tendría ningún sentido. Si el hombre no está destituido desde su origen, ¿por qué vino el Cristo? ¿Para redimir a quién y a qué?» A mis objeciones, no tuvo más respuesta que una sonrisa condescendiente.
Una religión está acabada cuando sólo sus adversarios intentan preservar su integridad.


Un silencio abrupto en medio de una conversación nos hace volver de repente a lo esencial: nos revela el precio que debemos pagar por la invención de la palabra.


¡No tener ya nada en común con los hombres salvo el hecho de ser hombre!


Muy bajo tiene que caer una sensación para que se digne a transformarse en idea.


Creer en Dios nos dispensa de creer en cualquier otra cosa –lo cual supone una ventaja inestimable. Siempre he envidiado a quienes creían en él, aunque creerse Dios me parezca más fácil que creer en Dios.


Sarvan anityam: todo es transitorio (Buda).
Fórmula que deberíamos repetirnos durante todo el día, a pesar del riesgo –admirable- de palmarla a causa de ella.


No sé qué sed diabólica me impide romper mi pacto con mi aliento.


Perder el sueño y cambiar de lengua: dos desventuras. La primera independiente de uno mismo, la otra deliberada. Solo, cara a cara con las noches y con las palabras.


«Si se me pidiera que clasificara las miserias humanas», escribe el joven Tocqueville, «lo haría por este orden: la enfermedad, la muerte, la duda.»
La duda como calamidad: semejante opinión yo nunca hubiera podido sostenerla, pero la comprendo como si la hubiera concebido –en otra vida.


«El final de la Humanidad llegará cuando todo el mundo sea como yo», declaré un día en un arrebato que no me corresponde calificar a mí.


En cuanto salgo a la calle, pienso: «¡Qué perfección en la parodia del Infierno!»


«Son los dioses quienes tienen que venir a mí y no yo quien tiene que ir a ellos», respondió Plotino a su discípulo Amelius, que quería llevarle a una ceremonia religiosa.
¿En quién, dentro del mundo cristiano, encontraríamos un orgullo de semejante calidad?



Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Vaporization

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lunes, 16 de febrero de 2009

Ese maldito Yo, al margen de la existencia




Ese maldito Yo




Parte 1: Al margen de la existencia


Aridez grandiosa, sobrenatural: es como si comenzase para mí una segunda existencia sobre otro planeta en el que la palabra fuese desconocida, en un universo reacio al lenguaje e incapaz de crearse uno.


No se habita un país, se habita una lengua. Una patria es eso y nada más.


Hay algo de charlatán en todo aquel que triunfa, sea en la materia que sea.


Una visita a un hospital, y cinco minutos después, se hace uno budista si no lo es ya, o vuelve a serlo si había dejado de serlo.


En el tren, enfrente de mí, una mujer de una fealdad indecente roncaba con la boca abierta: una agonizante inmunda. ¿Qué hacer? ¿Cómo soportar semejante espectáculo? –Stalin vino en mi auxilio. En su juventud, mientras pasaba entre dos filas de esbirros que le azotaban, se absorbió totalmente en la lectura de un libro, de manera que su atención se desvió de los golpes con los que se le gratificaba. Valiéndome de ese ejemplo, me sumergí yo también en un libro, deteniéndome en cada página con una extremada aplicación, hasta el momento en que el monstruo dejó de agonizar.


Decía el otro día un amigo que, a pesar de no creer ya en la escritura, no querría sin embargo renunciar a ella, que trabajar es una ilusión defendible y que tras haber emborronado una página o simplemente escrito una frase me entran siempre ganas de silbar.


Las religiones, al igual que las ideologías, que han heredado sus vicios, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor.


Todos los filósofos que he conocido eran, sin excepción, impulsivos.
La tara de Occidente ha afectado incluso a quienes deberían haberse hallado exentos de ella.


Ser como Dios y no como los dioses: ése es el objetivo de los verdaderos místicos, los cuales no son lo suficientemente modestos como para rebajarse al politeísmo.


Se me invita a un coloquio en el extranjero, porque necesitan, al parecer, mis vacilaciones.
El escéptico al servicio de un mundo agonizante.


Abuso de la palabra Dios, la utilizo con frecuencia, con demasiada frecuencia. Lo hago cada vez que alcanzo un extremo y necesito un vocablo para nombrar lo que hay después. Prefiero Dios a lo Inconcebible.


Descubro indefectiblemente un comienzo de desbaratamiento en todos aquellos a quienes les interesan las mismas cosas que a mi…


Tras tantos años, tras toda una vida, volví a verla. «¿Por qué lloras», le pregunté de entrada. «No lloro», me respondió. Y en efecto no lloraba, me sonreía, pero habiendo la edad deformado sus rasgos la alegría no podía ya acceder a su rostro, en el que se hubiera podido leer: «Quien no muera joven, se arrepentirá tarde o temprano».


No deberíamos molestar a nuestros amigos más que para nuestro entierro. Y aún así…


Quien vive demasiado malogra su… biografía. En resumidas cuentas, sólo pueden considerarse plenamente realizados los destinos rotos.


«Dios no ha creado nada que odie más que este mundo y tanto lo odia que desde el día en que lo creó no ha vuelto a mirarlo.»
No sé quién fue el místico musulmán que escribió esto, ignoraré siempre el nombre de ese amigo.


Retirado en el campo tras la muerte de su hija Tulia, Cicerón, invadido por la tristeza, se escribía a sí mismo cartas de consuelo. Lástima que se hayan perdido y, más aún, que esa terapéutica no se haya convertido en algo corriente. Cierto es que si hubiera sido adoptada, las religiones habrían fracasado desde hace tiempo.


El patrimonio que más nos pertenece: las horas en que no hemos hecho nada… Son ellas las que nos forman, las que nos individualizan, las que nos vuelven desemejantes.


Un psicoanalista danés que padecía jaquecas tenaces y había sido tratado sin resultado por un colega, fue a ver a Freíd, quien le curó en algunos meses. Es este último quien lo afirma y no nos cuesta creerle. Un discípulo, por muy mal que esté, es imposible que no se encuentre mejor en contacto cotidiano con su Maestro. Qué maravillosa cura ver a quien más se estima en el mundo interesándose tanto tiempo por nuestras miserias. Pocas enfermedades se negarían a desaparecer ante semejante solicitud. Recordemos que el Maestro tenía en este caso todas las características de un fundador de secta disfrazado de hombre de ciencia. Si obtuvo curaciones fue menos a causa de su método que de su fe.


Las hazañas sólo son posibles en las épocas en que la auto-ironía no ha hecho aún estragos.


Su destino fue realizarse a medias. Todo estaba truncado para él: su manera de ser tanto como su manera de pensar. Un hombre de fragmentos, fragmento él mismo.


Al abolir el tiempo, el sueño suprime la muerte. Los difuntos se aprovechan de ello para impotunarnos. (…) Me desperté diciéndome que sólo se resucita como un intruso, como un aguasueños, que es inmortalidad inorportuna es la única que existe.


¿Por qué tras haber hecho una buena acción se tienen ganas de seguir una bandera, cualquier bandera?





Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía
Dan Duncan

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