sábado, 9 de mayo de 2009

Desgarradura, Esbozos de vértigo II (1)





Desgarradura

Esbozos de vértigo, parte 2
(Estos son los primeros aforismos que he recopilado de la parte 2 que más me gustan, aún me faltan por pasar unos cuantos)



Un hombre que se respeta a sí mismo no tiene patria.
La patria es una cosa pegajosa.


Una librería de medicina. En escaparate, en primerísimo plano, un esqueleto. Escupí de puro asco. Después me dije que habría tenido que dar muestras de una mínima gratitud, dadas las veces que he celebrado esos huesos sarcásticos, cuya idea, si no su imagen, me ha sostenido tan caritativamente y en tantas circunstancias.


En cuanto salgo a la calle, al ver a la gente, exterminación es la primera palabra que me viene a la mente.


En el entierro de C. me decía a mí mismo: «Por fin alguien que no ha tenido un solo enemigo». No es que C. fuese mediocre, pero ignoraba hasta un punto inusitado la ebriedad de herir.


X. ya no sabe qué hacer consigo mismo. Los acontecimientos le perturban sobremanera. Su pánico es saludable para mí: me obliga a calmarlo, y ese esfuerzo de persuasión, esa búsqueda de argumentos tranquilizadores, también me tranquiliza a mí. Para no ser presa del desasosiego, hay que frecuentar a alguien que esté más falto de sosiego que uno.


Ese hombrecito ciego, que sólo tiene unos días de vida, que mueve la cabeza en todos los sentidos buscando no se sabe qué, esa nuca desnuda, esa calvicie original, ese mono ínfimo que se ha pasado meses en una letrina y que pronto, olvidando sus orígenes, escupirá sobre las galaxias…


Si hubiese una manera corriente, incluso oficial, de matarse, el suicidio sería mucho más cómodo y mucho más frecuente. Pero como para terminar consigo mismo cada cual tiene que buscar su propia manera, pierde uno tanto tiempo meditando sobre bagaletas que olvida lo esencial.


Durante unos minutos me concentré en el paso del tiempo, poniendo toda mi atención en la emergencia y en el desvanecimiento de cada instante. A decir verdad, mi mente no se fijaba en el instante individual (que no existe), sino en el propio hecho del paso, en la interminable descomposición del presente. Si provocáramos esta experiencia ininterrumpidamente durante todo un día, el cerebro, a su vez, también se descompondría.


Ser es estar atrapado.


Lo que más me ha extrañado en la mayoría de los filósofos a los que me he podido acercar es la falta de capacidad de enjuiciamiento. Siempre al margen. Una marcada inaptitud para la justicia… El pliegue de la abstracción vacía el espíritu.


Las naturalezas capaces de ser objetivas en toda circunstancia dan la impresión de estar fuera de la normalidad. ¿Qué se ha roto o pervertido en ellas? Imposible saberlo, pero son sospechosas de algún desorden serio, de alguna anomalía. La imparcialidad es incompatible con la voluntad de afirmarse o, sencillamente, de existir. Reconocer los méritos del otro es un síntoma alarmante, un acto contra natura.


Trato de combatir el interés que siento por ella, me imagino sus ojos, sus mejillas, su nariz, sus labios, en plena putrefacción. No hay nada que hacer: exhala algo indefinible que persiste. En momentos como éste entendemos por qué la vida ha logrado mantenerse, a pesar del Conocimiento.


Solo una flor caída es una flor total, dijo un japonés. Cabría decir lo mismo de una civilización.


Mi misión consiste en matar al tiempo y la de éste matarme a mí. Entre asesinos nos llevamos de perlas.


Hace ya mucho tiempo que he agotado toda mi disposición religiosa. ¿Desecamiento o purificación? No sabría decir. Por mi sangre ya no ronda ningún dios…


Cada vez distingo peor lo que está bien y lo que está mal. Cuando ya no haga ninguna distinción entre lo uno y lo otro, suponiendo que lo logre algún día, ¡qué gran paso adelante! Pero ¿hacia qué?


¿Cómo saber si está uno en lo cierto? El criterio es sencillo: si los demás le hacen el vacío, no hay duda de que está usted más cerca de lo esencial que ellos.






Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Igorska

Photo Artist Link:
http://igorska.deviantart.com/

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