lunes, 1 de diciembre de 2008

Desgarradura, Esbozos de vértigo I


Desgarradura

Esbozos de vértigo, parte 1


Querer facilitar la tarea del lector es un error. Éste no se sentirá nada agradecido. No le gusta entender, le gusta estancarse, atascarse, le gusta ser castigado. De ahí el prestigio de los autores confusos, de ahí la perennidad del fárrago.


Los filósofos escriben para los profesores; los pensadores, para los escritores.


Sólo las obras inacabadas, por imposibles de acabar, nos incitan a divagar sobre la esencia del arte.


No he conocido a nadie que amaso tanto la decadencia como ella. Y, sin embargo, se mató para eludirla.


Un libro tiene que hurgar en las heridas, incluso provocarlas. Un libro ha de ser un peligro.


¡Bienaventurados todos aquellos que, habiendo nacido antes de la Ciencia, tenían el privilegio de morir en cuanto les llegaba su primera enfermedad!


Puesto que la amistad es incompatible con la verdad, sólo el diálogo mudo es fecundo con nuestros enemigos.


«Y los últimos serán los primeros.» (…) Esta cantinela, extraída en medio de un comentario erudito, me sumió en un extraño estado. Ni oyéndola en plena agonía me hubiese afectado tanto.


Un poeta español me envía una postal de felicitación en la que figura una rata, símbolo, me dice, de todo lo que podemos «esperar» del año. De todos los años, hubiese podido añadir yo.


Son mis defectos de elocución, mis balbuceos, mi manera entrecortada de hablar, mi arte de farfullar, es mi voz y mis erres de la otra punta de Europa lo que me ha empujado, por reacción, a cuidar un poco lo que escribo y a hacerme más o menos digno de un idioma que maltrato cada vez que abro la boca.


Un octogenario me confiesa, bajo secreto, que acaba de sentir por primera vez en su vida la tentación de suicidarse. ¿A qué viene ese misterio? ¿Vergüenza por haber tardado tanto en experimentar un deseo tan legítimo o, al contrario, horror ante lo que se debe considerar una monstruosidad)


No escribimos porque tengamos algo que decir, sino porque tenemos ganas de decir algo.


¿Qué es el dolor? Una sensación que no quiere borrarse, una sensación ambiciosa.


Según la Cábala, un ser, desde el momento de su concepción, lleva, cuando está en el seno de su madre, una señal luminosa que se extingue con su nacimiento…


La verdadera elegancia moral consiste en el arte de disfrazar las victorias de derrotas.


Existir es un fenómeno colosal… que no tiene ningún sentido. Así definiría yo la estupefacción en la que vivo día tras día.


Me daban ustedes a entender que yo no valía nada cuando afirmaba que sólo demostraba mis mejores capacidades al dudar.
Pero no soy un incrédulo, soy un idólatra de la duda, un incrédulo en ebullición, un incrédulo en trance, un fanático sin credo, un héroe de la fluctuación.


Cristo, se ha dicho, no fue un sabio; prueba de ello, las palabras que pronunció con ocasión de la Última Cena: «Haced esto en memoria mía». Lo cierto es que el sabio no habla nunca en su propio nombre: el sabio es impersonal.
Puede ser. Pero resulta que Cristo no pretendió ser un sabio. Se creyó un dios, y eso exigía un lenguaje menos modesto, precisamente un lenguaje personal.


(…) Heráclito se engañó: no es el rayo sino la ironía quien gobierna el universo. Ella es la ley del mundo.


Según una leyenda hindú, Siva, en determinado momento, empezará a bailar, primero lentamente, luego cada vez más deprisa, y no se parará hasta imponer al mundo una cadencia desenfrenada, en todo opuesta a la de la Creación.
Esta leyenda no va acompañada de ningún comentario, pues la historia se ha encargado de ilustrar lo bien fundada que está.


Mientras preparaban la cicuta, Sócrates estaba aprendiendo una melodía de flauta. «¿Para qué te servirá?», le preguntan. «Para saber esta melodía antes de morir.» (…)


Según Orígenes, únicamente las almas con inclinación al mal, las que tienen «las alas rotas», se revisten de cuerpo. (…)


El verdadero Mesías, dicen, sólo surgirá en medio de un mundo «completamente justo» o «completamente culpable». Puesto que sólo la segunda eventualidad merece consideración –por inminente y por lo bien que concuerda con lo que sabemos del porvenir-, existen muchas posibilidades de que por fin el Mesías se presente, y de que se dé así respuesta no tanto a una vieja espera como a una vieja aprensión.


He observado muchas veces que es más fácil volver a dormirse tras un sueño en el que lo asesinan a uno que después de un sueño en el que uno es el asesino.
Un punto a favor del asesino.


Según un texto hasídico, quien no encuentra la verdadera senda, o se aparta de ella deliberadamente, sólo logra vivir por «orgullo diabólico». (…)


Eternidad: me pregunto cómo he podido articular tantas veces esta palabra sin perder la razón.


Cualquier acto de valor es obra de un desequilibrado. (…)


El tiempo está roído por dentro, exactamente igual que un organismo, igual que todo aquello que está afectado por la vida. Quien dice tiempo, dice lesión, ¡y qué lesión!


Entendí que envejecía cuando empezé a notar que la palabra Destrucción perdía poder, que ya no me producía aquel escalofrío de triunfo y de plenitud, cercano a la oración, a una oración agresiva…






Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Kubicki

Photo Artist Link:
http://kubicki.deviantart.com