lunes, 23 de febrero de 2009

Ese maldito Yo, Taras




Ese maldito Yo




Parte 2: Taras





Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.


No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan tan meticulosamente como el Tiempo.


La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan.


Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.


«Habiendo renunciado a la santidad…» -¡Pensar que he sido capaz de escribir semejante enormidad! Debo sin embargo tener alguna excusa y espero hallarla aún.


Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira. Ella es justamente ambos, pero mejorados.


Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.


Nunca se dice de un perro o una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo!


A medida que perdemos la memoria los elogios que se nos han prodigado se borran, contrariamente a los reproches. Y ello es justo: los primeros raramente se merecen, mientras que los segundos nos revelan aspectos de nosotros mismos que ignorábamos.


Si yo hubiera nacido budista, lo sería aún; pero nací cristiano y dejé de serlo en la adolescencia, en una época en que mucho más que hoy hubiera podido exagerar, de haberla conocido, la blasfemia que Goethe escribió el mismo año de su muerte en una carta a Zelter: «La cruz es la imagen más odiosa que existe bajo el cielo».


Lo esencial surge con frecuencia al final de las conversaciones. Las grandes verdades se dicen en los vestíbulos.


Lo caduco (…) son sus futilidades cargadas de un vértigo prolijo, el regusto a estilo simbolista, la acumulación de efectos, la saturación poética (…).


He conocido a escritores obtusos e incluso tontos. Por el contrario, los traductores con los que he tratado eran más inteligentes e interesantes que los autores a quienes traducían. Es lógico: se necesita más reflexión para traducir que para «crear».


Quien esté considerado por sus amigos como alguien «extraordinario», no debe dar pruebas de lo contrario. Que evite dejar trazas y sobre todo que no escriba, si desea ser algún día para todos lo que fue para algunos solamente.


Incorrecto hasta lo intolerable, mezquino, desastrado, insolente, sutil, intrigante y calumniador, captaba los menores matices de todo, gritaba feliz ante una exageración o una broma. Todo en él era atrayente y repulsivo. Un canalla al que se echa de menos.


Nuestra misión es realizar la mentira que encarnamos, lograr no ser más que una ilusión agotada.


La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza.


Quienes desean hacernos confidencias escandalosas cuentan cínicamente con nuestra curiosidad para satisfacer su necesidad de exhibir secretos. Saben además que los envidiaremos demasiado para revelarlos.


Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres. Una pasión es perecedera, se degrada como todo aquello que participa de la vida; mientras que la música pertenece a un orden superior a la vida y, por supuesto, a la muerte.





Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Hussar

Photo Artist Link:
http://beinart.org/artists/michael-hussar/

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