lunes, 23 de febrero de 2009

Ese maldito Yo, Al margen de la existencia







Ese maldito Yo




Parte 1: Al margen de la existencia


Nuestros arrebatos de generosidad implican un peligro: nos hacen perder la cabeza. A no ser que se sea generoso por haber justamente perdido la cabeza, siendo como es la generosidad una forma patente de embriaguez.


Sigo aún extrañándome de ver hasta qué punto los sentimientos viles son sentimientos vivos, normales, inatacables. Cuando los experimentamos nos sentimos revigorizados, reintegrados en la comunidad, al mismo nivel que nuestros semejantes.


La crítica es un contrasentido: no hay que leer para comprender a los demás, sino para comprenderse a sí mismo.


Quien se ve tal como es se eleva por encima de quien resucita a los muertos. Estas palabras han sido pronunciadas por un santo.(…)


Estar al corriente de todo es la prueba de que se posee un espíritu fluctuante que no busca nada personal, un espíritu impropio para la obsesión, ese impasse sin fin.


Un eminente eclesiástico se burlaba del pecado original. «Ese pecado es su medio de sustento», le dije, «sin él moriría usted de hambre, pues su ministerio no tendría ningún sentido. Si el hombre no está destituido desde su origen, ¿por qué vino el Cristo? ¿Para redimir a quién y a qué?» A mis objeciones, no tuvo más respuesta que una sonrisa condescendiente.
Una religión está acabada cuando sólo sus adversarios intentan preservar su integridad.


Un silencio abrupto en medio de una conversación nos hace volver de repente a lo esencial: nos revela el precio que debemos pagar por la invención de la palabra.


¡No tener ya nada en común con los hombres salvo el hecho de ser hombre!


Muy bajo tiene que caer una sensación para que se digne a transformarse en idea.


Creer en Dios nos dispensa de creer en cualquier otra cosa –lo cual supone una ventaja inestimable. Siempre he envidiado a quienes creían en él, aunque creerse Dios me parezca más fácil que creer en Dios.


Sarvan anityam: todo es transitorio (Buda).
Fórmula que deberíamos repetirnos durante todo el día, a pesar del riesgo –admirable- de palmarla a causa de ella.


No sé qué sed diabólica me impide romper mi pacto con mi aliento.


Perder el sueño y cambiar de lengua: dos desventuras. La primera independiente de uno mismo, la otra deliberada. Solo, cara a cara con las noches y con las palabras.


«Si se me pidiera que clasificara las miserias humanas», escribe el joven Tocqueville, «lo haría por este orden: la enfermedad, la muerte, la duda.»
La duda como calamidad: semejante opinión yo nunca hubiera podido sostenerla, pero la comprendo como si la hubiera concebido –en otra vida.


«El final de la Humanidad llegará cuando todo el mundo sea como yo», declaré un día en un arrebato que no me corresponde calificar a mí.


En cuanto salgo a la calle, pienso: «¡Qué perfección en la parodia del Infierno!»


«Son los dioses quienes tienen que venir a mí y no yo quien tiene que ir a ellos», respondió Plotino a su discípulo Amelius, que quería llevarle a una ceremonia religiosa.
¿En quién, dentro del mundo cristiano, encontraríamos un orgullo de semejante calidad?



Autor: Emil Michel Cioran

Fotografía Vaporization

Photo Artist Link:
http://vaporization.deviantart.com/

1 comentario:

Anónimo dijo...

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