domingo, 1 de febrero de 2009
Ese maldito Yo, Al margen de la existencia.
Ese maldito Yo
Parte 1: Al margen de la existencia
Aplicar el mismo tratamiento a un poeta y a un pensador me parece una falta de gusto. Hay materias que los filósofos no deberían tocar. Desarticular un poema como se desarticula un sistema es un delito, por no decir un sacrilegio.
Cosa curiosa: los poetas exultan cuando no comprende lo que se dice sobre ellos. La jerga les halaga y les produce la ilusión de un ascenso. Semejante debilidad los rebaja al nivel de glosadores.
Se ha comparado el nirvana con un espejo que no reflejaría ya ningún objeto. Es decir, con un espejo puro para siempre, para siempre deshabitado.
Para neutralizar a los envidiosos, deberíamos salir a la calle con muletas. Unicamente el espectáculo de nuestra degradación humaniza algo a nuestros amigos y a nuestros enemigos.
Sobre el Cristo aún. Según un relato agnóstico, ascendió a los cielos por odio del fatum, para impedir, alterando la disposición de las esferas, que pudiera leerse en los astros.
En semejante jaleo, ¿qué ha podido sucederle a mi pobre estrella?
Se diría que la materia, celosa de la vida, se dedica a espiarla para encontrar sus puntos flacos y castigarla por sus iniciativas y sus traiciones. Pues la vida no es vida más que por infidelidad a la materia.
Acabo de hojear una biografía. La idea de que todos los personajes que en ella son evocados sólo existen ya en ese libro me ha parecido tan insostenible que he tenido que acostarme para evitar un desfallecimiento.
¿Con qué derecho me echa usted en cara mis verdades? Se permite usted una libertad que yo rechazo. Todo lo que alega es exacto, lo reconozco. Pero no le he autorizado a ser franco conmigo. –(Tras cada explosión de furor, vergüenza acompañada del invariable pavoneo: «Eso es una demostración de carácter», seguido, a su vez, de una vergüenza aún mayor.)
«Me sorprende que un hombre tan extraordinario haya podido morir», escribí a la viuda de un filósofo. Sólo me di cuenta de la estupidez de mi carta tras haberla enviado. Mandarle otra hubiera sido arriesgarme a una segunda sandez. Tratándose de pésames, todo lo que no es cliché raya en la inconveniencia o la aberración.
Siendo el hombre un animal enfermizo, cualquiera de sus palabras o sus gestos equivale a un síntoma.
El mejor medio de desembarazarse de un enemigo es hablar bien de él por todas partes. Acabará enterándose y dejará de tener la fuerza necesaria para perjudicarnos: le habremos roto su resorte… Seguirá atacándonos, pero ya sin vigor ni consecuencias, pues inconscientemente habrá dejado de odiarnos. Ha sido vencido e ignora al mismo tiempo su derrota.
Autor: Emil Michel Cioran
Fotografía River Clark
Photo Artist Link:
http://www.modelmayhem.com/5852
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